sábado, 15 de diciembre de 2007

La mujer del pelo blanco


Había sido un día perfecto. Marcela, la mujer de pelo blanco, se levantó con tiempo, sin apurar nada. Se duchó, lavó el pelo y se vistió.

Cuando tomaba su desayuno, el llamado de Mario no la sorprendió.

- Feliz cumpleaños-. Le dijo, espero ser el primero, aunque llevo mucho haciendo tiempo por si aún dormías.
- Te espero en la noche.- Vendrá el coro completo.

Cumplir sesenta cuando te acompaña el coro en el que cantas desde hace veinte años, no parece tan complicado. Se conocen tanto, se quieren tanto y si no se quieren, aún así se necesitan.

Almuerzo perfecto con gente de la oficina, le preguntan por los hijos que están tan lejos. Aunque las preguntas la llenen de ausencia, ella sabe que allá están mejor. Irá a verlos esta navidad, seguramente jugará en la nieve con sus nietos; lo que habrán crecido en un año.

Temprano, más temprano que de costumbre se vuelve a casa.

Luego hay mucho ajetreo en la terraza del piso 7 del edificio del frente. Es una terraza amplia que logro divisar perfectamente gracias a la diferencia de altura y a la distancia entre las dos veredas.

La mujer de pelo blanco se afana en arreglar tres mesas, dos grandes y una más pequeña, con manteles, platos y cubiertos, unos coloridos arreglos florales en los que destacaban los verdes y los rojos. Rosario y Francisca llegan antes que el resto para ayudarla a arreglar.

Es diciembre en Belgrano City, las noches son cálidas y como llovió ayer no hay humedad acumulada. Es tiempo de cierres de año, de celebración y corridas. Es el mes de la cuenta regresiva final.

Mario llega temprano con un gran ramo de flores. Como ha cambiado desde que lo conoció. El pelo se ha tornado plateado y en algunas zonas ha prácticamente desaparecido. Sigue teniendo esos ojos frescos y transparentes, aquellos que cuando los mira, Marcela parece recordar el primer momento en que los vio. El se acercó después del primer ensayo, le dijo que no se preocupara, que tenía buena voz y sólo necesitaba tiempo. Ella lo mira desde lejos y lo siente tan cerca. El le dirige una sonrisa y le levantándolo le muestra el ramo.

El calor que siente mientras se va poniendo roja la saca del soñar despierta. Toma un vaso de agua para disimular. Francisca rauda toma el ramo y lo dispone en un gran florero de cristal azul.

Pasan los minutos y entran los invitados. Van entrando los tenores, los sopranos, los barítonos, el director. Hasta completar el coro.

Marcela va pasando de mesa en mesa preocupada por que todo esté bien. Mientras, se da tiempo para hablar con cada invitado, sirve, repone, levanta, ordena. Sonríe.

A eso de las once, Mario pide un poco de silencio para hacer un brindis y es en ese momento en que el timbre se hace notar.

Marcela se paraliza.

- Pero si ya estamos todos….-
- Debe ser tu regalo, le dijo Mario. Y ella lo mira intrigada.

Por la puerta empiezan a entrar los mariachis cantando las mañanitas, y luego el cumpleaños feliz, precisa y harmoniosamente coreado por los presentes. También entonan un bolero, una tarantela y de nuevo el cumpleaños feliz. Mientras todos cantan, Marcela con una servilleta seca los indicios de una que otra lagrima emocionada.

Los mariachis terminan su contrato, sus servicios y se van. Dejan cierta euforia y alegría, y soplan las velas y reparten la torta.

Va pasando el tiempo y se van yendo los invitados. Se han ido guardando las cosas, va quedando una mesa. Mario, las chicas y ella, han tomado sus chalecos y otras lanas para cubrirse un poco del fresco que cae, suave. Hablan del último viaje, de la necesaria renovación del coro, que en marzo empiezan de nuevo. La conversación se alarga y ella va trayendo café. La música del equipo parece tocar en piloto automático; ya nadie la escucha, pero está allí, como música de fondo de una película.

Mario vuelve a servirse una copita de vino. Las chicas se paran con el ademán de irse y Mario las sigue. Claro, no queda nadie más y ya es tarde. Marcela lo mira una vez más antes de despedirse y el le retribuye. Mario y las chicas en el umbral de la puerta, despidiéndose, ella presagiando la sensación de vacío.

Ella va despidiendo a cada una y él dice:

- Pero mira como te quedó la casa. Chicas, vayan ustedes que me quedo un ratito ayudando a Marcela. Ustedes ya hicieron bastante.

Y vuelve a entrar, se saca el vestón y toma unos vasos hacia la cocina.
Ella cierra la puerta y le mira ordenar unas botellas, ella le mira afanarse ordenar.

Ella sabe, él aún no, Mario pasará la noche ahí.

En veinte años, por primera vez.