jueves, 5 de julio de 2007

Tape à l'oeil

Entré a este café cerca de Arcos y Cuba, como hago a veces cuando voy a la peluquería, y elegí cuidadosamente la mesa. Como siempre. Me senté de espaldas a la pared, cerca del ventanal que da a la calle.

Puse sobre la mesa blanca mi cuaderno de trabajo, mi encendedor y los cigarrillos. Pedí mi ristretto, un vaso de soda y me puse a esperar.

En este café se arma y desarma la vida –como en todos los café- se escribe, se discute, se lee y se habla. Se decide sobre futuros y se cierran pasados, se especulan nuevas aventuras y se comentan las de ayer. Aquí se arman y desarman parejas, y se lee el diario gratis.

Hoy entró una mujer, despampanantes 70 años, elegante, el cuerpo visible con un suave y cuidado tostado, un abrigo fino de lana de camello, y joyas sutiles. Se permitió un cortado con medialunas –de manteca- , lo edulcoró haciendo con sus manos un delicado ballet, lo revolvió suave y con tiempo.

Mi café se enfriaba y no podía dejar de mirar. No sabría cómo describírtela más, pero estoy seguro habrás visto a alguien así.

Cuando se supo observada sacó una cajita de la cartera, se miró a un espejito y sonrió satisfecha. No como lo hacemos nosotros, sólo una ligera mueca le bastó.

Fue tanta la devoción que no me di cuenta cuando entró un hombre también mayor, bien parecido, pelo cano, raleado, con esas profundas entradas que da la sabiduría de los años vividos. Ojos verde esmeralda. Brillaban tanto que podías distinguirlos desde lejos.

Sólo mirando con mucho detalle se podía ver que el hombre compartía conmigo la observación de la mujer. Convengamos que la mía era una mirada más “científica” mientras que la suya mostraba otro tipo de interés.

Sentí que Sofía –así la llamaré por Sofía Loren- hizo un mínimo ademán mostrando su grata satisfacción al verse o sentirse punto de atracción de dos seres tan distintos. Iba a encender un cigarrillo cuando recordé que ya no se puede fumar aquí.

Sofía alargó el café, bebió lenta su soda extendiendo la experiencia o tal vez bailando a su manera la danza de la seducción. Marcello –así también lo apodé- se dio cuenta del juego y sin demasiado aspaviento, se arregló la camisa primero, dobló los puños después. Miró la hora, sin mirar, sólo para generar el movimiento ancestral a través del cual se puede apreciar la elegancia verdadera, de la cuna, y reclinó la silla hacia atrás.

¿Me estaba provocando?

Esta pareja no era totalmente casual –me dije- había una danza aparentemente ensayada, como la de los pavos reales cuando extienden su cola emplumada. Yo sentía algo en ellos que me parecía involucrar. Casi podía adivinar –o soñar- sonrisas, señas, sin que hasta hoy pudiera afirmar que de eso se trataba.

Pasaba el rato y cuaderno, cigarrillos y encendedor seguían ahí. Me decidí a tomar el café que estaba deliciosamente frío. Me tomó un segundo desviar la vista del espectáculo para asir la taza, tiempo que pudo permitir una señal. A los pocos segundos, la dama abrió su cartera, sacó con clásica elegancia el billete para pagar. Desde donde estaba casi pude percibir el roce del billete en el fino cuero que lo cobijaba. Lo dejó, se levantó y se dirigió a la puerta del local. Al girar para salir quedó frente a mí y desde allí, me dirigió un pícaro guiño. Me estremecí. Me atraganté. Me ruboricé.

Todavía no volvía en mí, y desde la sorpresa vi cuando Marcello hizo lo mismo, ahorrándose por cierto el guiño y saliendo en sentido contrario a la mujer.

Desde mi torpeza, sorpresa y confusión me quedé allí, lleno de preguntas, pero con la dulce sensación de haber recibido un regalo. Un momento único. Irrepetible.

Ayer en el super que está a una cuadra de allí, vi a Sofía comprando fruta, sentí a metros su delicado perfume y tomé fuerzas para acercarme. Hacia allá iba con el firme propósito de agradecer el momento, cuando de atrás de un pilar, apareció Marcello con la bolsa de uva en sus manos. Y allí quedé. Petrificado. Avergonzado. Ridiculo.

Sofía me miró y comprendió todo, esbozó con elegancia una sonrisa y continuó.

Yo corrí. Corrí. Lejos de ahí.

1 comentario:

ka dijo...

De observador a observado.
Muy bueno Pavel!
Felicitaciones por el blog, muy inspirador.