viernes, 12 de octubre de 2007

Volver

“Y aunque el olvido, que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guardo escondida una esperanza humilde
que es toda la fortuna de mi corazón”.

Voltaire decía que los viajes forman (a) la juventud y mi padre para no ser menos, siempre dijo que la vida es un largo viaje interrumpido por períodos de trabajo.
Por eso ahora, mientras emprendía viaje a Buenos Aires, me alegró encontrarlo ahí, en los pasillos del aeropuerto, caminando bajo su clásica boina “Burberry”, compañera de tantos viajes, y tantas interrupciones por el trabajo. Cada vez que he venido a Argentina, los olores y lugares son un estímulo de recuerdos autoreferentes de una época que me ha marcado como pocas. Pero este viaje es distinto. Esta vez, en cada esquina creo verme, ya no solo, sino en familia, con mis padres y hermanos.
Es quizás la cercanía de ese encuentro casual en el aeropuerto. Es tal vez, el gusto que me dio verte allí, parado, riendo de buena gana mientras no sabías que te observaba. O fue ese darnos el tiempo de un café, mientras llaman a embarcar, fue esa broma interminable que siempre ameniza nuestra conversación. O es mi orgullo de hijo al ver a su padre feliz, profundamente tierno y vivo, gozando como siempre la vida.
Sentados, en esa cafetería de aeropuerto que presencia desde lo alto las despedidas, nos hablaste del mozo de aquel restaurante de La Boca, chileno y poeta, como suelen ser los mozos argentinos, o de cuando descubriste aquel lugar casi oculto, donde se huele y vive el verdadero tango de San Juan y Boedo.
Ahora, al viejo Palermo que conocimos le dicen Palermo SOHO y se ha poblado de restaurantes y cafés.
Ahora, con el tiempo, pienso que tú también tienes un capítulo abierto con esta ciudad; si tú también cumpliste tus once años allí, una generación antes que la mía.
Luego, mientras viajo en el taxi que me lleva de la Capital a Ezeiza, me pregunto cómo unas cuantas horas y unas llamadas telefónicas, pueden cambiar tanto el rostro de este Buenos Aires; si ya el paisaje no es el mismo y los edificios parecen lejanos, desteñidos, y cruzamos la General Paz sin pena ni gloria, y el aeropuerto al que llegamos es sólo un decorado soso de luces y pantallas y todo está y no está ahí.
Periódicamente todo se nubla, y todo se arremolina alrededor. Y los minutos parecen horas y te vuelvo a ver sentado en el café de Pudahuel, vuelan los recuerdos y vuelan los minutos y volamos nosotros a abordar. Y creo verte de nuevo con tu boina y no eres tú; te recuerdo hablando del sambayón de Mar del Plata, con tus ojos brillando mientras nos entusiasmas con las masitas dulces de Las Violetas; y nos dices que cerca de Callao y Santa Fe han llenado de libros todo un teatro.
¿No te sorprende que nuestros hitos geográficos sean los libros o la comida?
Todo esto recorre mi mente, en este vuelo que me devuelve a Santiago, aferrado a la mano de mi mujer, sacando fuerzas del amor, preparándome para verte con la misma cara de ayer en el aeropuerto, pero ahora frío y serio, para besar tu frente por última vez, antes de perderte en la profundidad multitudinaria de tu entierro.

Hoy te recuerdo y estás aquí al lado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Leo y releo este cuento y no puedo dejar de emocionarme y recordar tan nítidamente esos momentos, ahora contados con tanta claridad, enlazando situaciones, vivencias. Me encantó,
Cecilia