Ella es una estrella de la TV. Ella trabaja en varios países, y en programas importantes. Ella se corta el pelo y se hace las manos en la misma peluquería que Laura.
A ella se la reconoce, y todos –hombres, mujeres y niños- se dan vuelta a mirarla cuando pasa por ahí.
Ella apareció como una luz el día de la huelga en el aeropuerto. El gigantesco hall parecía un gran hormiguero ese jueves. Pero el hormiguero estaba como inerte pues nada se movía mientras los vuelos estuvieran suspendidos.
Cuando la Lovetti, que a todo esto se hizo famosa como modelo –y no creo que haya dejado de serlo- se bajó del auto y caminó hasta las puertas del recinto, un halo de anonimato la protegió.
Sin embargo, cuando las puertas se abrieron, grandes y automáticas, ella avanzó y la iluminación pareció disminuir, un foco seguidor se encendió y le siguió los pasos hasta la fila formada frente al letrero de “Clase Ejecutiva”. Las miradas la siguieron igual que el foco, y eso duró hasta que se ubicó como cualquier mortal al final de la fila.
¿Cualquier mortal?
Bueno, ahí empezó a ser cercada por un reducido número de personas que casi a gritos al principio le pedía una foto, una firma, un recuerdo.
De la Lovetti se pueden decir muchas cosas, pero ni chistó. Todo lo contrario. Se comportó como una gran dama.
El seguidor la volvió a iluminar y hubo fotos, flashes, celulares, abrazos y besos. Yo no me acerqué, aunque ahora confieso que me arrepiento. Podía haberme sacado una foto; haber inventado una historia después; pero no; me limité a quedarme allí; mirándola.
En la tele parece tener mejor cuerpo, pero no digo que esté mal. No está maquillada y claramente se ve más de carne y hueso, no arma escándalos, ni usa chillidos para hablar.
Le deja un beso pintado de rouge en la mejilla a un chico de unos 12 años que de pronto se llena de vergüenza y de rubor. Que envidia. ¡Lovetti, quisiera que ese beso hubiera sido para mí!
Se saca una foto con un chico de unos 16 años. Tiene un tatuaje en el brazo, el pelo con mechas teñidas de rubio y una colección de aros en el lóbulo izquierdo. Lleva unas bermudas largas y anchas, o un pantalón demasiado corto, una camiseta de básquet gringa –muy grande-, un gorro que dice “lakers”, visera hacia atrás. Puedo describirlo claramente pues abrazó con el brazo derecho a la “diva” y estiró el izquierdo para que con esa mano manejara el celular que dejaría inmortalizado el momento.
Luego pasó a mi lado con el brazo del celular en alto como un trofeo. Venía diciendo:
- Mira, loco, me saqué una foto con la Lovetti, no sabes que rico el perfume que usa. ¿Viste como me la agarré?
Me imaginé que esa foto ya recorría muchos celulares bajo la forma de SMS. Me puedo imaginar muchas otras cosas sobre el tema que no relataré.
Mientras la fila seguía sin avanzar y la gente de la aerolínea no alcanzaba a atender los requerimientos de la gente en los mostradores, la Lovetti continuaba su sesión de fotos y firmas, todo mientras una mujer que se había hecho un espacio a su lado, le mantenía la conversación. Me iamgino diciéndole:
- Te veo siempre, eres lo máximo, no sabes cómo te admiramos, etc.
Todo eso independiente que en las cuatro paredes de la casa la pueda haber tratado de otras formas menos elegantes.
Un chico de la línea aérea se le acercó y le ofreció pasarla por un “counter” de cortesía, para que pudiera esperar en otro lugar. La Lovetti aceptó de buena gana y se despidió ya más cansada, de la arpía que le entretenía la conversa. Beso por la izquierda. Beso por la derecha. Y cuando fue a tomar la pequeña maleta con ruedas con la que había realizado la cinematográfica entrada, ésta ya no estaba allí. Se había esfumado.
Corte a la “diva”, el haz de luz se vuelve a centrar en ella y le cambia la cara. Primerísimo primer plano para ver como le cambia bruscamente la cara. Ya no es la estrella. Es un animal desatado. Se le arruga la cara, se le juntan las cejas, se le va la vista a la mierda… grita.
Yo ya no la miro, la camara abre sobre un taxi en el que voy manejando de vuelta a la ciudad. Sin la firma… sin la foto… pero con todas sus cosas… sobre todo… sus calzones…
A ella se la reconoce, y todos –hombres, mujeres y niños- se dan vuelta a mirarla cuando pasa por ahí.
Ella apareció como una luz el día de la huelga en el aeropuerto. El gigantesco hall parecía un gran hormiguero ese jueves. Pero el hormiguero estaba como inerte pues nada se movía mientras los vuelos estuvieran suspendidos.
Cuando la Lovetti, que a todo esto se hizo famosa como modelo –y no creo que haya dejado de serlo- se bajó del auto y caminó hasta las puertas del recinto, un halo de anonimato la protegió.
Sin embargo, cuando las puertas se abrieron, grandes y automáticas, ella avanzó y la iluminación pareció disminuir, un foco seguidor se encendió y le siguió los pasos hasta la fila formada frente al letrero de “Clase Ejecutiva”. Las miradas la siguieron igual que el foco, y eso duró hasta que se ubicó como cualquier mortal al final de la fila.
¿Cualquier mortal?
Bueno, ahí empezó a ser cercada por un reducido número de personas que casi a gritos al principio le pedía una foto, una firma, un recuerdo.
De la Lovetti se pueden decir muchas cosas, pero ni chistó. Todo lo contrario. Se comportó como una gran dama.
El seguidor la volvió a iluminar y hubo fotos, flashes, celulares, abrazos y besos. Yo no me acerqué, aunque ahora confieso que me arrepiento. Podía haberme sacado una foto; haber inventado una historia después; pero no; me limité a quedarme allí; mirándola.
En la tele parece tener mejor cuerpo, pero no digo que esté mal. No está maquillada y claramente se ve más de carne y hueso, no arma escándalos, ni usa chillidos para hablar.
Le deja un beso pintado de rouge en la mejilla a un chico de unos 12 años que de pronto se llena de vergüenza y de rubor. Que envidia. ¡Lovetti, quisiera que ese beso hubiera sido para mí!
Se saca una foto con un chico de unos 16 años. Tiene un tatuaje en el brazo, el pelo con mechas teñidas de rubio y una colección de aros en el lóbulo izquierdo. Lleva unas bermudas largas y anchas, o un pantalón demasiado corto, una camiseta de básquet gringa –muy grande-, un gorro que dice “lakers”, visera hacia atrás. Puedo describirlo claramente pues abrazó con el brazo derecho a la “diva” y estiró el izquierdo para que con esa mano manejara el celular que dejaría inmortalizado el momento.
Luego pasó a mi lado con el brazo del celular en alto como un trofeo. Venía diciendo:
- Mira, loco, me saqué una foto con la Lovetti, no sabes que rico el perfume que usa. ¿Viste como me la agarré?
Me imaginé que esa foto ya recorría muchos celulares bajo la forma de SMS. Me puedo imaginar muchas otras cosas sobre el tema que no relataré.
Mientras la fila seguía sin avanzar y la gente de la aerolínea no alcanzaba a atender los requerimientos de la gente en los mostradores, la Lovetti continuaba su sesión de fotos y firmas, todo mientras una mujer que se había hecho un espacio a su lado, le mantenía la conversación. Me iamgino diciéndole:
- Te veo siempre, eres lo máximo, no sabes cómo te admiramos, etc.
Todo eso independiente que en las cuatro paredes de la casa la pueda haber tratado de otras formas menos elegantes.
Un chico de la línea aérea se le acercó y le ofreció pasarla por un “counter” de cortesía, para que pudiera esperar en otro lugar. La Lovetti aceptó de buena gana y se despidió ya más cansada, de la arpía que le entretenía la conversa. Beso por la izquierda. Beso por la derecha. Y cuando fue a tomar la pequeña maleta con ruedas con la que había realizado la cinematográfica entrada, ésta ya no estaba allí. Se había esfumado.
Corte a la “diva”, el haz de luz se vuelve a centrar en ella y le cambia la cara. Primerísimo primer plano para ver como le cambia bruscamente la cara. Ya no es la estrella. Es un animal desatado. Se le arruga la cara, se le juntan las cejas, se le va la vista a la mierda… grita.
Yo ya no la miro, la camara abre sobre un taxi en el que voy manejando de vuelta a la ciudad. Sin la firma… sin la foto… pero con todas sus cosas… sobre todo… sus calzones…
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