jueves, 25 de octubre de 2007

Irse de trece a Madrid


Hoy es trece. Y es feriado. No es ni viernes trece, ni martes trece. Pero hoy pagan sin trabajar. El aeropuerto está tranquilo. Como día feriado.

A Juan José lo vino a dejar un taxi privado, un auto no muy nuevo y un chofer de aquellos que no se aleja de la ciudad en estos feriados largos. Llegó 20 minutos tarde respecto de lo acordado y con ello aportó a incrementar los nervios ya azotados por la tensión del primer viaje del joven.

Juan José cumplió recién los 18 años, es un joven de buena figura, pelo ni largo ni corto, bien arreglado, una mirada transparente. Es como cualquier chico tranquilo de su edad. No hace nada por llamar la atención.
Al entrar al aeropuerto a esta hora, no lleva la misma mirada que tendría en un día normal. El taxi atrasado quiso recuperar el tiempo perdido y las velocidades –la real y la percibida- pasaron cualquier límite. Sólo le calma pensar en Marcela. Debe recordar traerle un regalo. Más aún después de las lagrimas de ayer.

- ¿Será que siempre que nos despedimos las mujeres piensan que no volveremos más? Se preguntó durante la noche.

Juan José se va de viaje. Su primer viaje. Lo contactaron en el colegio hace algo así como un mes. Alguien pasó el soplo que su madre había conseguido finalmente la nacionalidad y pasaportes españoles y pensaron que podría ser muy útil al proyecto.

Al principio no le gustó mucho la idea. Tampoco le resultó fácil pensar en cómo justificar de dónde había salido este viaje. Pasaje, estadía, plata para el bolsillo y un bono especial al llegar con un paquetito a una dirección en Madrid, que debía memorizar.

Se decidió porque la plata era interesante, sería su primer trabajo remunerado y no le tomaría mucho tiempo. Pero sobre todo, quería volar en avión y conocer Madrid.

Unos días atrás, le entregaron un paquetito que debía guardar en la maleta, entre su ropa. Era un pequeño cubo envuelto en papel de regalo. También, una especie de cinturón que debía usar en la cintura, bajo el pantalón, y que no debía abrir por ningún motivo. Que no se preocupara. Todo estaría bien. Lo estarían esperando en el mismo aeropuerto de Barajas, alguien con un cartón con su nombre. De ahí al hotel y al otro día a buscar la dirección.

Juan José está por terminar la secundaria y quiere estudiar electricidad. Como no es nada de tonto, y pese a la falta de experiencia, se las arregla bien en el aeropuerto y va pasando trámites y controles con facilidad. Entrega equipajes, documentos de viaje. Llena formularios y ya está listo para avanzar a Policía Internacional. Tarjeta de embarque, pasaporte, formulario. Mirada siempre inquisidora del agente. Y ahora al control de equipaje de mano. No lleva nada líquido. Nada de elementos cortantes. No tiene monedas en el pantalón. Coloca sobre la huincha de la maquina de rayos su pequeña mochila, el cinturón. El anillo que le regalo Marcela cuando cumplieron un mes. Y espera el turno para pasar por el pórtico detector de metales.

De pronto sufre un shock.

- ¿y si suena?
- ¿Qué mierda tendrá el cinturón acolchado? Putas que soy pelotas. ¿Y si es merca?

Siente que le bajan las defensas.
- ¿Pero cómo no lo pensé antes? ¿Quién me mandó a meterme en esto?

Se le enfría el cuerpo y el tiempo parece hacerse lento. Puede sentir como en cámara lenta, un hielo polar que comienza a bajar por su columna. Piensa que va a terminar por inmovilizarlo. A esa sensación le sigue un súbito calor que le moja de sudor las manos.

Vuelve a pensar. No puede ser que no se haya dado cuenta. El entusiasmo lo encegueció. La plata fácil. Madrid. De seguro alguien lo había cagado. Y no se imaginaba aún quién. ¿Sería Iván, el antiguo novio de Marcela?¿Alguien del colegio?

El joven se sobresaltó cuando una mano firme le tomó el brazo y le señaló que era su turno de avanzar.

Dudó un instante. Y avanzó.

Aunque para quienes lo vieron avanzar su paso pareció seguro, Juan José sintió que cada pié pesaba una tonelada y que cada paso era un esfuerzo sobrehumano. Dio el paso final hacia el detector y a poco de ubicarse ahí una alarma sonó y una lucecita empezó a titilar.

Juan José quiso largarse a correr. Se dijo que había caído en la trampa como un niño pequeño. Se vio protagonista de una película en la que ya no deseaba estar. Quería deshacer camino, echar el reloj para atrás. No había sentido sensación similar desde que rompió con la pelota el vidrio de una vecina. Se imaginó las conversaciones en el vecindario. Vio a su madre acercarse con lagrimas en los ojos, mientras le tomaba las manos esposadas.

Un policía le hizo señas para avanzar hasta una zona donde podría ser revisado. El avanzó como si tuviera una roca gigante en la cabeza, pero no tenía más remedio que avanzar y se dejó hacer.

Juan José sintió que se estaba derritiendo, sentía el cuerpo hacerse agua. Miraba cómo los demás pasajeros lo miraban, tal vez sospechando lo que podría ocurrir. En el fondo de la sala, vio a una pareja de policías que llevaban a un tipo moreno esposado. De pronto sintió las manos del policía pasearse por las piernas y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Le pareció incluso que el uniformado se tardaba demasiado alrededor de los genitales, pero no tenía valor para moverse o quejarse.

Luego, el policía lo hizo ponerse con los brazos en cruz y le fue pasando el detector de metales por los brazos extendidos, luego por la espalda. De ahí saltó a los pies y revisó cada una de las piernas que le hizo separar. Luego le hizo girar para ponerlo de espaldas y reinició el mismo proceso. Al llegar a la cintura el aparato empezó a sonar y el policía lo miró cuestionador, pero de vuelta sólo recibió una mueca de “yo no fui”. Juan José se sacó el cinturón externo, pero el aparato siguió sonando.

- ¿Qué tienes ahí?

Juan José se resistía a confesar el cinturón interno, pero fue el mismo policía el que le hizo levantarse la camiseta, lo que dejó a la vista parte del adminículo. El joven no esperó la instrucción y abandonado a su suerte, se lo sacó y lo dejó sobre una mesita que había al costado. El Policía lo abrió y comenzó a sacar el contenido. Algunos billetes, una carta y una pequeña figura religiosa, cuatro preservativos que dejó claramente visibles en la mesa mientras sonreía vistosamente, y finalmente, ante el rostro muy rojo del joven, un raro artefacto con la forma de un gran anillo metálico.

- Esto es lo que sonaba, le dijo. Si me hubieras dicho no hacíamos tanto escándalo. Puedes seguir, le terminó de decir con un guiño.

Juan José recogió sus cosas con la cabeza aún llena de preguntas, volvió a colocarse el cinturón con su extraño contenido, se arregló como pudo mientras sentía que los colores corporales y su temperatura se normalizaban. Continuó.

Se paseó un poco por el aeropuerto recuperando el aire y la normalidad. Hizo la espera frente a la puerta 19A, cuando llamaron se subió al avión y voló.

Para ser su primer viaje, se comportó bastante bien. Soportó estoicamente algunas turbulencias al cruzar el atlántico, y disfrutó la comida, la música, las películas. De hecho las vio hasta que sus ojos no resistieron y cayó dormido profundo. . En el sueño se veía llegando y preguntándose lo que realmente hacía allí, lo que transportaba. El sueño hacía aflorar todas las preguntas que finalmente se hacía sobre el viaje. ¿Por qué le pagaban? ¿Qué hacían esas cosas en su cinturón?

El sueño sólo ofrecía preguntas.

Llegó pasado el mediodía a Madrid y pasó sin problemas todos los controles. Afuera lo esperaba un tipo grande y corpulento con un letrerito a su nombre. El hombre le abrió la puerta trasera de un auto que en su vida hubiera imaginado utilizar, se puso unos anteojos de sol y mirando por la ventana mientras el auto avanzaba camino al centro de la ciudad, se sintió el rey del mundo o mucho más. Pidió música al chofer y se fue volando a través de sus pensamientos.


Se bajó en un hotel donde una habitación lo estaba esperando. Al otro día debía llevar el paquetito y allí sabría más de qué se trataba todo esto.

Aprovechó el resto de la tarde para pasear por una ciudad que le llenaba el cuerpo de sensaciones. Por un buen rato logró olvidar las preguntas y se dedicó a disfrutar.

Al caer la noche, se sentó en una terraza a comer algo mientras se reía solo de pensar lo que hacía un joven como él con dinero y tiempo en una ciudad grande como Madrid. Pero el viaje le pasó la cuenta y volvió al hotel a descansar. Ya habría tiempo mañana.

Al otro día, tomó desayuno en el hotel y se preparó para ir a dejar el encargo. Volvió a ponerse el cinturón de tela. Tomó el paquetito y partió. La entrega se hacía en el cuarto piso de un elegante edificio madrileño desde el cual se divisaba una esquina del Estadio Santiago Bernabeu, del otro lado de una ancha avenida.

Al abrirse la puerta del departamento, Juan José se encontró con mucha gente, parecía una fiesta en la mañana de un día laboral, y entre las caras aparecieron las de algunos de sus contactos iniciales. Se acercó a ellos y entregó el paquete, sintiéndose por fin liberado.

Aunque no tenía muchas ganas de quedarse, se sentó. Había muchachas apenas adultas en actitudes de permanente seducción, había droga en las mesas y mucho, mucho alcohol. En cualquier ocasión se hubiera sentido cómodo en una fiesta así, pero había algo que le llamaba a irse cuanto antes.

Sin darse cuenta cómo se vio con un vaso largo en la mano. Pensó que lo mejor era sólo mojarse los labios pero no caer en la tentación, y menos perder el control.

Reconoció la cara del que le había entregado el paquete una semana atrás y al cruzar las miradas, éste comenzó a caminar hacia él.

- Gracias, le dijo. Has hecho un buen trabajo.
- De nada.
- Te mereces el premio prometido. Ven conmigo.

Juan José le obedeció y siguió hasta una habitación. Allí recibió un sobre que parecía contener varios billetes.

- Toma. Disfrútalo. Hay mucho en que gastarlo en Madrid… Pero quédate a festejar con nosotros. Puedes aprovechar esta fiestita.
- Gracias pero tengo cosas que hacer. Quiero salir a conocer.

Juan José pensó un momento, y mientras avanzaba hacia la puerta de salida, dijo:

- Pero tengo una duda y quiero saber si me lo puedes aclarar. ¿Qué hice realmente?
- No mucho directamente. Nuestro “burro” no eras tu, sino alguien que siempre estuvo detrás de ti. Cada vez que te paraban y revisaban, desviabas la atención y él pasaba sin problemas.
- Pero,¿qué traía el “burro”?
- Ummm, Dios pregunta menos y sabe más. Y lo empujó cariñosamente hacia fuera con una mueca alegre en la boca.
- Adiós, o... ¿hasta la próxima?

9 comentarios:

Alejandro Rozitchner dijo...

Muy bueno, Pavel, muy bueno.

laura dijo...

Otra vez lo mismo: buenísimo!

Escribis genial

beso

lb

Anónimo dijo...

Qué buen cuento! y eso que estaba medio dormida antes de empazar a leerlo. Captó mi atención por completo.
Te felicito, Pavel! Escribís cada día mejor.

pavelushka dijo...

Son demasiado buenos conmigo.
Muchas gracias por pasar a verme.

Anónimo dijo...

Negro, está buenísimo. No pude respirar hasta terminarlo. Cada día escribes mejor... y nuestro Pablo sale increíble,
Cecilia

maria b dijo...

Que buenos tus cuentos!

Unknown dijo...

Cuando lo vemos por bligoo.com, estariamos encantados de que estuvieras en nuestra comunidad

Anónimo dijo...

Valia la pena esperar 2 semanas por tu nuevo cuento, solo que el personaje de la foto es muy feo

Unknown dijo...

Me cago, que quiere que le diga!!
en verdad no se mucho de literatura, en verdad nada, pero creo que lo importante es lo que al lector le produce y en eso nadie puede discutirlo, exelente!!
sos un idolo pavel!!
ojala alla tiempo para poder conocerlo mas, creo que es una persona increible!!

con respecto a la foto, ese pibe no deja de crecer!!! un pelolais jajaja

un abrazo!!!
chau!!