Estabas tan bella. Te habías vestido de negro pero el foulard que compraste te llenaba de color el cuello. Tenías un brillo tan especial que los ojos no sobresalían como otras veces.
Estabas sentada frente a mí con una copa de vino bordeaux.
El mozo llegó a la mesa con dos enormes platos que vinieron a ubicarse frente a nosotros. Cruzamos las miradas cuando nuestros ojos siguieron el movimiento de los platos, bajando lentamente hacia la mesa.
Al parecer nos tomó el mismo tiempo mirar cómo iban siendo depositados en la mesa, el mismo tiempo en mirar sus contenidos y levantar la vista, pasando desde nuestro plato a aquel del compañero del frente y luego seguir hasta que ambas miradas quedaron enfrentadas.
Creo que yo sonreí primero, y tu me seguiste con disimulo. Nos costó tanto pronunciar el nombre de las entradas en francés, nos pareció tan largo el tiempo que nos tomó hacerlo, que ahora –al ver los platos- estamos seguros que el Chef tiene muy buen humor. Parece que mientras más largo es el nombre, menor es el contenido. Y mayor el precio…
Los platos son blancos con un borde azul marino y una pequeña orla dorada. En mi caso, el blanco resalta una pequeña canasta de masa filo ubicada casi al centro, dentro de la cual su hay un tomate cherry dividido en dos, una base de caviar y una cola de camarón que no llama la atención por su tamaño. En el tuyo, una hoja de endivia hace las veces de cuchara o receptáculo de una pequeña porción de algo parecido al guacamole, sobre le cuál lucía un cubo de 1x1x1 de carne pescado blanca, decorado con dos o tres huevitos de esturión.
- bon appetit, escuchamos y
- merci, respondimos.
Describir el resto de la comida tendría el mismo efecto que el menú. Muchas palabras para tan poca consistencia, pero estábamos en el Procope, y los años del local, y el estar en el medio de Paris cambiaban las proporciones.
Lo más contundente fue la cuenta y me alegra –aún hoy- que corriera por cuenta de la compañía.
El trayecto al hotel se nos hizo largo, estabas alucinada descubriendo Paris, no parabas de mirar todo, incluso los carteles azules que tienen el nombre de las calles y esa palabra impronunciable “Arrondissement”, que es la forma en que se dividen las ciudades en Francia. Caminando me pediste que te abrazara, te cobijaste en mí, y la calle parecía hacer rebotar nuestros cuerpos, como si en Paris existiera otra gravedad.
Nos besamos como recién casados en el metro entre St. Michel y St. Sulpice. Y el hotel nos brindó el plato fuerte del menú. Y te dije te quiero, y me besaste una vez más. Nos amamos como nunca y como siempre.
Hoy sueño con que sea así. Que no quede como un deseo, un sueño, una expectativa.
Estabas sentada frente a mí con una copa de vino bordeaux.
El mozo llegó a la mesa con dos enormes platos que vinieron a ubicarse frente a nosotros. Cruzamos las miradas cuando nuestros ojos siguieron el movimiento de los platos, bajando lentamente hacia la mesa.
Al parecer nos tomó el mismo tiempo mirar cómo iban siendo depositados en la mesa, el mismo tiempo en mirar sus contenidos y levantar la vista, pasando desde nuestro plato a aquel del compañero del frente y luego seguir hasta que ambas miradas quedaron enfrentadas.
Creo que yo sonreí primero, y tu me seguiste con disimulo. Nos costó tanto pronunciar el nombre de las entradas en francés, nos pareció tan largo el tiempo que nos tomó hacerlo, que ahora –al ver los platos- estamos seguros que el Chef tiene muy buen humor. Parece que mientras más largo es el nombre, menor es el contenido. Y mayor el precio…
Los platos son blancos con un borde azul marino y una pequeña orla dorada. En mi caso, el blanco resalta una pequeña canasta de masa filo ubicada casi al centro, dentro de la cual su hay un tomate cherry dividido en dos, una base de caviar y una cola de camarón que no llama la atención por su tamaño. En el tuyo, una hoja de endivia hace las veces de cuchara o receptáculo de una pequeña porción de algo parecido al guacamole, sobre le cuál lucía un cubo de 1x1x1 de carne pescado blanca, decorado con dos o tres huevitos de esturión.
- bon appetit, escuchamos y
- merci, respondimos.
Describir el resto de la comida tendría el mismo efecto que el menú. Muchas palabras para tan poca consistencia, pero estábamos en el Procope, y los años del local, y el estar en el medio de Paris cambiaban las proporciones.
Lo más contundente fue la cuenta y me alegra –aún hoy- que corriera por cuenta de la compañía.
El trayecto al hotel se nos hizo largo, estabas alucinada descubriendo Paris, no parabas de mirar todo, incluso los carteles azules que tienen el nombre de las calles y esa palabra impronunciable “Arrondissement”, que es la forma en que se dividen las ciudades en Francia. Caminando me pediste que te abrazara, te cobijaste en mí, y la calle parecía hacer rebotar nuestros cuerpos, como si en Paris existiera otra gravedad.
Nos besamos como recién casados en el metro entre St. Michel y St. Sulpice. Y el hotel nos brindó el plato fuerte del menú. Y te dije te quiero, y me besaste una vez más. Nos amamos como nunca y como siempre.
Hoy sueño con que sea así. Que no quede como un deseo, un sueño, una expectativa.
1 comentario:
No, no puede quedar en un sueño. Maravillosa forma de describir un plato que puede ser en un restaurante de París, Argentina, Chile o Malasia. Nombre extenso para un plato proporcionalmente inverso en cantidad. Qué divertido
Cecilia
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