Habían plantado plátanos en el patio trasero de la casa y cuando crecieron no fueron los árboles que esperaban. El fruto nunca apareció, las alergias si. Pero la sombra era agradable en verano. Por eso los árboles siguieron ahí.
En esos veranos, cuando caía la tarde y estaban solos, no era raro que él la abrazara por la espalda y terminaran haciendo el amor allí, en medio del jardín. Ella aceptaba el abrazo, girando se unía en un beso y sentándose en su regazo se amaban lenta y calurosamente.
El perro nunca entendió los movimientos, gemidos y olores, y ladraba nervioso. Carlos decía que el perro estaba caliente y eso volvía aún más loca a Emilia.
Cuando la tradición aún se construía, los árboles no alcanzaban tamaño suficiente para cubrirles por completo. Pero en aquellos años, la juventud de la pareja y cierto descaro eran más fuertes que cualquier temor.
Con los años, los árboles y su poder cobertor fueron creciendo y el amor continuó. Las hojas cayeron y volvieron a crecer, las canas aparecieron y el pelo cayó, pero no hubo verano que no conociera aquel amor.
El perro fue el primero en morir, los dejó después de las largas lluvias otoñales a las que siguió un frío peor.
Un día, después del amor, aún aturdidos de feromonas y otros aromas, ella le preguntó:
- ¿podremos amarnos siempre así?
- Lo haremos hasta el verano anterior a que alguno de los dos muera.
- No hables de eso, por favor, que me da frío.
- Y por eso lo haremos siempre como si fuera la última vez, como siempre, como hoy.
Y ella apoyó la cabeza en su pecho.
En esos veranos, cuando caía la tarde y estaban solos, no era raro que él la abrazara por la espalda y terminaran haciendo el amor allí, en medio del jardín. Ella aceptaba el abrazo, girando se unía en un beso y sentándose en su regazo se amaban lenta y calurosamente.
El perro nunca entendió los movimientos, gemidos y olores, y ladraba nervioso. Carlos decía que el perro estaba caliente y eso volvía aún más loca a Emilia.
Cuando la tradición aún se construía, los árboles no alcanzaban tamaño suficiente para cubrirles por completo. Pero en aquellos años, la juventud de la pareja y cierto descaro eran más fuertes que cualquier temor.
Con los años, los árboles y su poder cobertor fueron creciendo y el amor continuó. Las hojas cayeron y volvieron a crecer, las canas aparecieron y el pelo cayó, pero no hubo verano que no conociera aquel amor.
El perro fue el primero en morir, los dejó después de las largas lluvias otoñales a las que siguió un frío peor.
Un día, después del amor, aún aturdidos de feromonas y otros aromas, ella le preguntó:
- ¿podremos amarnos siempre así?
- Lo haremos hasta el verano anterior a que alguno de los dos muera.
- No hables de eso, por favor, que me da frío.
- Y por eso lo haremos siempre como si fuera la última vez, como siempre, como hoy.
Y ella apoyó la cabeza en su pecho.
2 comentarios:
Romántico y nostálgico. Transmite mucha emoción.
Será que a esta altura de mi esceptisimo amoroso me lo haga sentir un poco empalagoso. Cosas mías, el relato, impecable.
Amores, qué decir.
laura b
... uy creo que voy a cambiar el nombre para poder comentar tranquila... Coincido con Laura en lo romántico y nostálgico pero a la vez me llega como un relato optimista,
Cecilia
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